Las alertas del FMI y riesgos para Chile
Economista Jefe Banco de Chile
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Rodrigo Aravena
¿Qué pensaría usted al leer las siguientes citas?: “Estos factores no sólo nos llevan a revisar una vez más a la baja y en forma general nuestras proyecciones de base para el crecimiento de 2016 y 2017”. “Otra amenaza es que el persistente y lento crecimiento deje huellas que reducen el producto potencial”. Tal vez llamará más la atención la siguiente frase: “Las percepciones del mercado de que la política macroeconómica tiene un margen más limitado acentuaron la reciente racha de pesimismo”. Probablemente usted pensará que estamos haciendo un levantamiento de temas de la economía chilena, pero no es así. Lo que acaba de leer son citas textuales de la introducción del World Economic Outlook, publicado por el FMI hace un par de semanas. Así es, estamos hablando de preocupaciones que existen en la economía global y además se han acentuado en los últimos meses.
Parto esta columna con esta idea, ya que veo con preocupación algunas interpretaciones que se han hecho sobre el nuevo reporte del FMI y sus implicancias para Chile. En particular, quisiera enfocarme en dos grandes hechos. Primero, en la excesiva atención que recibió la estimación puntual de 1,5% de crecimiento para Chile este año y el tiempo que se ha gastado en compararla con las cifras entregadas por las autoridades locales. En mi opinión, esas comparaciones no aportan mucho, ya que no presentan diferencias significativas (dicha cifra está en el rango del Banco Central y es medio punto inferior a la de Hacienda) y fueron realizadas en momentos y con información distinta, por lo que es razonable que no coincidan. Pero más allá del número, todas las estimaciones implican lo mismo: hay un crecimiento por debajo de la tendencia y con riesgos bajistas.
Mi segunda preocupación es la poca atención que ha recibido el set de dudas que está levantando el FMI sobre la persistencia del bajo crecimiento global y, la posibilidad, que derechamente plantea el reporte, de que el PIB potencial se reduzca. Este tema se debe mirar con especial cuidado, ya que podría ser determinante para que la desaceleración chilena finalmente termine siendo estructural, lo cual, entre otras cosas, podría generar un crecimiento en torno a 2,0% por un buen tiempo más. Las razones que justifican detenerse en este punto no son pocas: una de ellas es que el crecimiento promedio del trienio terminado en 2016 sería el menor desde 1985, confirmando que Chile enfrenta un ciclo incluso más débil que el vivido en la crisis asiática y en la subprime. Y a eso hay que agregar que algunos factores exógenos a la política económica, como el menor crecimiento de China, el bajo precio del cobre y el cambio demográfico local nos pondrán la pista más pesada en los próximos años.
Quiero aclarar que al destacar la influencia de factores externos no quiero ser autocomplaciente ni mucho menos decir que no tenemos nada que hacer. Es más bien al revés: un escenario externo más complejo requiere hacer las cosas mejor internamente, con el fin de mitigar los efectos negativos.
Este escenario exige repensar seriamente sobre las fuentes del crecimiento económico de los próximos años y las formas de lograrlo. Pese al tremendo desafío que ello representa, creo resulta valioso el consenso que hay sobre la imperiosa necesidad de incrementar la productividad como única forma de alcanzar un crecimiento sostenidamente superior al 2,0%. Sin embargo, el paso siguiente es preguntarse cómo se puede favorecer, por ejemplo, un conjunto de iniciativas que promuevan la flexibilidad necesaria para reasignar de recursos en la economía (tema relevante por ejemplo para enfrentar el potencial término del ciclo minero), para incrementar la participación laboral y generar nuevos centros de emprendimiento, investigación y desarrollo de diversas industrias en Chile, entre otras medidas. Estas discusiones no son en lo absoluto aisladas y requieren una coordinación entre diversos agentes de la economía y consistencia con las reformas que se planteen.
Chile fue capaz de dar saltos cuantitativamente relevantes con una serie de reformas de primera generación algunas décadas atrás, pero los rendimientos decrecientes de hacer lo mismo obligan a sentarse a pensar en estos temas, especialmente con los riesgos de estancamiento global que cada día parecen más probables.